La concatenación de los comicios electorales en el transcurso de este año –ya han tenido lugar las autonómicas andaluzas- puede producir la impresión que nos precipitamos solos y sin remedio hacia el abismo. No tiene por qué ser así. Sin embargo, las encuestas denotarán que la ciudadanía está harta, y este sentimiento traducido en votos es peligroso.

De las elecciones andaluzas surgen análisis que constituyen auténticas premoniciones de lo que puede sucedernos en los próximos meses. Algunas de ellas son anécdotas convertidas en categorías dialécticas, o exageraciones no susceptibles de ser extrapoladas a realidades políticas muy distintas de la “taifa” andaluza. Otras por el contrario, si pueden ser un claro signo de que afrontamos un tiempo nuevo.

Andalucía es la primera constatación de que el bipartidismo perfecto que teníamos ha perdido veinte puntos y se encuentra muy disminuido; en el futuro Parlamento Español convivirán cinco fuerzas políticas y las dos columnas sobre las que se ha basado durante treinta años el sistema: PSOE-PP, se las verán y desearán para gobernar. Es obvio que el PP aceptaría ser el 24 de mayo, y sobre todo cuando sean convocadas las elecciones generales, la fuerza política ganadora allí donde ahora mandan. Pero nada está escrito.

Andalucía consolida la existencia del estado de preocupación nacional que las encuestas constatan, pero nada más; y no nos precipitaremos al vacío porque la ciudadanía es mucho más solvente que su clase dirigente. A pesar de la crisis y del abrumador 23,7% de paro existente, los españoles creen en el sistema democrático, y mayoritariamente estiman que la Constitución de 1978 configuró un sistema de distribución del poder que, pese a sus defectos, todavía funciona, y en general se muestran políticamente moderados.

La confrontación electoral pondrá de relieve que es necesario pactar porque nadie va a detentar la capacidad suficiente y el “poderío” para gobernar solo. Andalucía ofrece pistas que no son desdeñables como por ejemplo, el destino partidario del voto de los nuevos electores o la extraña desviación de votos populares a PODEMOS al no haberlos absorbido todos CIUDADANOS; y no ha sido sorpresa alguna que la lideresa Socialista gane la elecciones, aunque su partido ha recibido 120.000 votos menos que en las anteriores, envuelta en la bandera andaluza y con un mensaje maternal a la ciudadanía, ofreciéndoles protección y tutela, pero no solo los andaluces reclaman un Estado garante de los servicios públicos fundamentales y capaz de ampararles frente al infortunio del paro y la pobreza.

Predicar un escenario político a la intemperie puede conducir a un claro fallido electoral que aupe a la izquierda al poder, aspirando el PSOE a la primicia de ese bloque.

Rajoy sabe perfectamente que no basta con ofrecer hacía el futuro buenos datos de pujanza económica con la consiguiente creación de empleo, sino que será preciso, si el PP quiere mantener la gobernación de España, que además sea capaz de liderar un proyecto político regenerador.

El debate inherente al conflicto político de este año debe servir para que quienes aspiran a gobernar, nos digan cómo piensan resolver nuestros problemas fundamentales. Y no lo son los debates identitarios, catalán y vasco, ni las pugnas cainitas que han impedido pactar una eficaz reforma educativa, o las urgentes políticas energética y del agua. Los viejos partidos han vivido mucho más preocupados por imputar a otros agravios comparativos y buscar chivos expiatorios, sin dedicar un segundo a los comunes denominadores que existieron en la transición política y perduran todavía hoy entorno a los cuales es posible construir un proyecto nacional.

Las encuestas del CISS y de otros Institutos de Prospectiva Social demuestran que la política viaja en dirección contraria a la voluntad nacional, soterrada pero existente.

Los nuevos partidos aspiran a imponerse, en un caso volándolo todo y en el otro reinventando un liberalismo trasnochado que, cuando se explicite en un programa no convencerá a nadie; las reformas pendientes exigen una voluntad de consenso que, hasta ahora, no ofrece nadie, como si en el Parlamento que se avecina a final de año alguien pudiera gobernar solo. La ciudadanía no dará sus votos a quien no sea capaz de oír a los otros y pactar. Hoy al parecer nadie quiere hacerlo, ni siquiera Patronales y Sindicatos.