La realidad es tozuda, y se impone siempre. Pero la política pretende transformarla a tenor de las ideologías defendidas por los distintos líderes políticos. Además, están los intereses en juego. Sindicatos y patronales, habitualmente, conviven más con los intereses que con las ideologías. En caso contrario, los convenios colectivos resultarían inviables. En las últimas décadas, en España, y más allá de nuestras fronteras, reductos ideologizados han pretendido fabricar un mundo mejor, y no solo no lo han conseguido, sino que han reinventado el mito de la lucha de clases, y volvemos a hablar de opresores y oprimidos, y al paso que vamos resucitaremos la revolución pendiente, a modo de esperanza, que vender a las grandes mayorías de población, hartas de soportar los efectos negativos de una crisis dramática que ha producido en nuestro país un paro descomunal (20,3% de la P.A.), en medio de una desigualdad lacerante, confrontada al mismo tiempo con la falta de ejemplaridad de la clase dirigente, más preocupada por lucrarse sin duelo que de laborar por el común en un marco de solidaridad imprescindible, sin el que es imposible construir nada, y mucho menos, un país.
PODEMOS no es entendible sino dentro de este contexto social y político, en el que han saltado por los aires los valores y comunes denominadores tan laboriosamente construidos en la transición política española. Crece el empleo (más de 500.000 en 2015), pero un tercio de los trabajadores siguen teniendo el salario congelado y el deterioro de su capacidad adquisitiva ha descendido un -20% como consecuencia, no de los salarios pactados en los convenios colectivos, sino por la existencia de un ejército de reserva constituido por los más de 4 M. de trabajadores en demanda de empleo. La situación no es prerrevolucionaria porque la deflación de precios ayuda. El petróleo, tantas veces inmisericorde con los países carentes de energía, es hoy nuestro mejor aliado. Pero la desafección de grandes masas de población explica los radicalismos, y el resultado del 20D, y la voluntad de gobernar contra alguien, y la pareja necesidad que siente el PSOE de contraponerse frente al PP y a Rajoy, complaciendo radicalismos al uso. Plantear, por ejemplo, la derogación inmediata del artículo 315.3 del Código Penal para volver a la impunidad de los piquetes coactivos o a la cotización por salarios reales, a sabiendas de que esta medida, como otras, entre ellas las referidas a los autónomos, implicarán un incremento notable de costos, incompatible con una economía, la española, primeriza en los mercados exteriores, y con capacidad para competir porque sus costos son menores que los de la competencia. Si no fuera así, volveríamos a nuestros reductos nacionales, y allí solo hay mediocridad, incompetencia y ningún empleo.
En efecto, que los salarios crezcan este año en torno al 1,5% y que nuestra economía lo haga por encima del 3%, como vaticina Luis de Guindos, son dos buenas noticias. Y también los es que los convenios colectivos resueltos en 2015 sean algunos más que los de 2014, lo que denotaría la regresión de la atonía negociadora propia de la crisis. Pero tales datos no ocultan que nuestra principal preocupación es facilitar la acción de las empresas en un marco compatible con el mantenimiento de los derechos fundamentales de los trabajadores. La derogación panfletaria de la reforma laboral de 2012 no ayudará a ello. Y sí lo haría la vuelta a un cierto equilibrio en las relaciones laborales que solo puede ser fruto de la concertación.
En fin, es difícil formar Gobierno con 90 diputados de salida, pero tiene valor quien lo intenta. Los ciudadanos quieren que les gobierne una coalición pero, ¿cuál de ellas?, esa es la cuestión. Sin duda, Pedro Sánchez prefiere un gobierno de progreso que complazca a sus bases, pero hacerlo, significará desoír a sus electores, que son más que sus afiliados y militantes.
Las encuestas del CIS y otras, demuestran que el grueso de la ciudadanía se encuentra en el centro izquierda, inconmovible al desaliento. Es probable que para hallar una fórmula que permita gobernar, los negociadores encuentren en la ambigüedad o en el aplazamiento de las autodeterminaciones que pululan por doquier, una salida falsa del escenario, o un compromiso para salir del paso, y mucho me temo que la realidad será inmisericorde con los aprendices de brujo y restablecerá el orden natural con harto dolor de los españoles, a sabiendas de que no nos merecemos una dirigencia tan frívola.